domingo, 24 de julio de 2016

EL SIGLO NO SERÁ STIRNERIANO


Cuando en la Alemania de mediados del siglo XIX apareció su exaltado libro, cierto oscuro profesor de instituto femenino de treinta y nueve años de edad llamado Johann Caspar Schmidt reveló su otra cara de radical defensor del egoísmo bajo el pseudónimo de Max Stirner. Sus palabras, abstrusas para el gran público (y quizá para la censura) no pasaron desapercibidas para todos: dejaron su marca en el pensamiento ulterior. Hace 160 años moría el destructor de los conceptos, el verdugo de las fábulas, el cazador de los fantasmas que esclavizan al individuo, Max «El Frentón» (Bayreuth, 25 de octubre de 1806-26 de junio de 1856).

El siglo no será stirneriano


















«Toda convicción es una enfermedad» (Picabia, Unique Eunuque)
«Je suis assez pour l’ennui. Comme cette secte d’hérétiques dont parle Borgès, je crois, et dont la qualité essentielle est dans l’ennui. Pas dans la foi, l’enthousiasme : dans l’ennui, le nul. Je suis assez d’accord avec ça, d’ailleurs j’ai fait mon autoportrait» (Jean Eustache, La maman et la putain)
«Vive la liberté, surtout la mienne» (Jean Gabin)
«Pues él no era nada y lo peor es que nunca sería nada. No lo permitirían a) los tiempos b) las gentes y c) la falta de tiempo» (Stanislaw Ignacy Witkiewicz, Insaciabilidad)

EL CAZAFANTASMAS
Para el caballero que lucha contra los molinos de viento que enarbolan fantasmas y póras de la más váira y variopinta evanescencia, Max Stirner (nombre de pluma del Caspar Schmidt nacido en 1806 y muerto en 1856 y famoso por su único libro El Único y su propiedad, editado en 1845), en el mundo hay, por un lado‚ ideas‚ conceptos, es decir‚ fantasmas‚ y‚ por otro‚ yoes agobiados por la frecuentación y el abuso de esas sombras que los mueven como a zombis, espantajos agitados por flatulencias emanadas de cerebros ebrios de abstracciones, globos de carne empujados por pedos de cadáveres: todo eso son los yoes agobiados de espectros, tiranizados de por vida al abdicar ante esa nada. La nada, filtro atroz por el que a veces, muy pocas, pasa y se constituye un yo, que entonces alcanza la condición incivil de criatura libre y amoral: el Único‚ que proclama desde su novedad esencial: «Soy el emperador de la nada» (Panero también parafraseó así a Max Stirner: «Yo he basado mi causa en nada, no hay nadie por encima de mí»).
Que una idea se anteponga al yo y al individuo‚ que una abstracción –incluso si es positiva, en principio– dirija los actos humanos –por ejemplo‚ que la Revolución sea la meta de la vida de los hombres‚ que el señuelo‚ el «como si…» de la revolución sea su norte y termine justificando la muerte de seres de carne y hueso y sus anhelos– es lo que Stirner denuncia como mundo espectral en el que existe una dominación del yo por ideas elucubradas por otros hombres y colectividades. Humanidad‚ Revolución‚ Justicia‚ Estado de Bienestar o Estado Comunista‚ Mundo Nuevo‚ Progreso no son, para Stirner, el Cazafantasmas ad honorem, más que espejismos, fantasmagorías, póras que empayenan nuestra vida y la historia toda de la humanidad (que no es más que una historia de fantasmas). Vivimos en Póralandia, en Ghostworld, en Fantasmalandia hasta que un yo, al pasar por la iniciación de la nada, se libera, grita: ¡Basta! («El yo que gritó yo soy el Único», parafraseando el grito feminista sesentero), y se convierte en Único. Nietzsche lo llamará después Übermensch‚ «ultrahombre». Un hombre más allá del engaño y del prestigio y de la fata morgana de los ideales y las abstracciones‚ un hombre liberado de los pedos abstractos, de los flatus vocis, como llamaron Duns Scoto y otros nominalistas medievales a esas entidades vacías (ideas o pedos sin culo visible), pues este morbo hace estragos en nuestras vidas desde hace tanto que cabe considerarlo endémico y propio de la misma naturaleza enfermiza y divagativa del hombre. Tzara le dio al Único por otro nombre el de Dada‚ tomado de un santo mártir del mundo eslavo rumano.










STIRNER LEÍDO POR MODERNOS Y PÓSTUMOS
Stirner ha tenido grandes y discretos lectores. La lista que viene a continuación (con cortas y contundentes citas y menciones) no pretende alcanzar cotas de exhaustividad. Apenas trazar un mapa intersubjetivo‚ esbozar una psicografía clandé y devota.
Nietzsche (que lo ocultó). Cioran. Georges Palante. Tzara. Duchamp (El único… fue su libro de cabecera desde que le regaló su ejemplar Picabia). Picabia. Raúl Hausmann (que publicó su «Panfleto contra la concepción weimeriana de la vida» en la revista stirneriana Der Einzige –El único). Oskar Panizza (que dedicó «A la memoria de Max Stirner. 1806-1856» su obra maestra Der Illusionismus und Rettung der personalichkeit). Joyce (que escribió para la revista The Egoist). Leopoldo María Panero. Barón Biza (en Suramérica, uno de sus contados lectores). Krzyzanovski. Agamben. Derrida (en Espectros de Marx). Sloterdijk. Deleuze. Jünger (en su novela tardía Eumeswil cita largamente –¡unas treinta y seis páginas!– a Stirner). Y, obvio, el primero‚ Marx.
«Por decirlo así, el egoísta tiene que anular la educación recibida, cuyo primer principio consiste desde siempre en la autohumillación, exigida a todo miembro de la “sociedad”, ante un superior imaginario. Con mordaz ironía señala Stirner la conexión entre la pedagogía a base de golpes y el idealismo: “un ser humano con buena educación es uno al que se le han enseñado e inculcado, embutido y sermoneado “buenos principios”», escribe Peter Sloterdijk en Los hijos terribles de la edad moderna.
Y, en esa misma obra, Sloterdijk prosigue: «“¡Cuando comes lo sagrado lo haces propio! ¡Digiere la hostia, y así te libras de ella!” Merece la pena, pues, ir una última vez a la eucaristía, dado que no basta con mofarse de lo sagrado blasfemando. Tienes que ingerir en ti el símbolo material para eliminarlo de una vez por todas tras su paso por tus órganos. Te conviertes en un único real cagándote en lo general y sus sedimentos internos. El individuo que se toma completamente en serio a sí mismo no solo tiene que –en una fiesta anti-todos-los santos de la libertad– rechazar a Dios y a la familia: ha de enviar a las letrinas sobre todo al Estado interiorizado y a todos sus ídolos».









VIEJOS Y NUEVOS SECRETOS
Siguiendo con los lectores de Stirner, para rastrear su presencia en el marxismo, y aún en el pensamiento ulterior en general –a través, por ejemplo, de Deleuze y Guattari– vale la pena leer este breve pasaje del mismo libro de Sloterdijk:
«A la vista de la provocación autoconsumista de la obra El único y su propiedad, se comprenden los motivos por los que los precursores del “socialismo científico”, Karl Marx y Friedrich Engels, en los ejercicios polémicos de La ideología alemana (1845), pusieron todo su empeño en trabajar sobre todo en las tesis de Stirner: con su proclamación del yo singular que se consume a sí mismo, Stirner había adoptado un punto de vista de consumidor radicalizado, al que solo se podía aproximar contraponiendo un punto de vista de productor igualmente radicalizado. Desde el punto de vista de la polémica marxista, el fallo del existencialismo de Stirner estaba en su precipitación con respecto a la demanda de goce. Nadie debía consumir antes de que todos hubieran ocupado su sitio en la mesa puesta de la abundancia. Ninguno ha de pretender ser él mismo antes de que en todo el mundo las circunstancias hayan prosperado tanto que el producto vuelva al productor. El historismo marxista iba dirigido a conseguir la simultaneidad de todos los productores-consumidores. Sin sincronía no hay igualdad. Quien, por el contrario, quiera gozar ya hoy se convierte en partidario de la injusticia inherente a las “sociedades de clases”. Si reclamas una vida individual en el presente, traicionas el futuro común. En las “máquinas de deseo” del Anti-Edipo se vuelve a reconocer el yo stirneriano rebelde-libertario, travestido maquinistamente y diluido en “corrientes”, “intensidades” y “pluralidades”. También las ideas stirnerianas de agrupación –que evocan una “asociación” posliberal y pos-socialista de únicos– vuelven en el tráfico de las pulsiones laterales deleuze-guattarianas. De ahí surge una resonancia, llena de tonos concomitantes, entre la bohemia del viejo Berlín y los nuevos secretos de París».
Sobre este punto de las proximidades y las distancias entre Stirner y el marxismo, dice un pasaje de Giorgio Agamben acerca de la oposición stirneriana entre revuelta (Empórurtg) y revolución (Revolution):
«…la revolución consiste en “una inversión del estado de cosas existente, o status, en el Estado y en la sociedad, y es por tanto un acto político y social”, que tiene como objetivo la creación de nuevas instituciones. La revuelta, por el contrario, es “un levantamiento de los individuos... que no tiene como objetivo las instituciones que de ella nacen... No es una lucha contra lo que existe, porque, si tiene éxito, lo que existe se derrumba por sí mismo; es el esfuerzo de apartarme a mí mismo de lo que existe”» (Marx, Ideología alemana, apud la obra de Agamben El tiempo que resta).
MONEDA INFAME
No cabe omitir, al ir cerrando la parte de las citas de los lectores de Stirner, afirmación tan stirneriana como esta de Derrida: «Desde que el verbo se hizo carne, desde que el mundo se espiritualizó (vergeistigt) y fue encantado (verzaubert), es un fantasma (ein Spuk)».
Stirner muere, se dice, a causa de la infección, por una mosca, de un forúnculo que le había salido en el cuello (uno de esos dolorosos ántrax que torturaron a Marx durante años, en el ano, mientras escribía El capital). Era junio de 1856. Si Picabia terminó poniéndolo al lado de los amores olvidados cuando atacó a Tzara, su antiguo amigo y prologuista de Unique Eunuque –«Dufayel me parece más interesante que Ribemont-Dessaignes‚ Capablanca o Ford más interesantes que Duchamp‚ Víctor Hugo más interesante que Max Stirner‚ Pasteur más interesante que Nerón y Madame de Noialles más hermosa que Tristan Tzara»–, Georges Palante lo pondrá al lado de Schopenhauer –«El individualismo se resume en un rasgo común a Schopenhauer y Stirner: un realismo implacable. Llega a lo que un escritor alemán llama a una completa “des-idealización” (Entidealisierung) de la vida y la sociedad»– y Leopoldo María Panero le dedicará un poema:
«Cual Dios; qué ángel caído pudo
pronunciar con sus labios‚ y decir
como por vez primera‚ como siendo
siempre la primera vez que digo
la palabra‚ la terrible palabra
que hace estremecerse al feto
cuando dice‚ abriendo
al destino los ojos: ¿Yo?
Yo soy más que el cielo y tenebroso
más que las ideas‚ Yo
no me canso nunca de estar solo ante el
mundo
pronunciando valiente‚ para morir la palabra
que no es una palabra: Yo
Con las aves de arriba‚ y llueven peces
esta primavera‚ y los hombres se arrastran
por las calles‚ doblados
bajo el peso de mi Yo
Contra Dios he apostado
desde esquina insomne y contra
Dios juegas todas las inmensas noches
la moneda infame de mi Yo»
(L. M. Panero; del poema «Stirner»).
EL SIGLO NO SERÁ STIRNERIANO
Si Foucault incurrió, al escribir una reseña crítica, en el mal gusto de soltar la bendita frase adulatoria («El siglo alguna vez será deleuziano»), y si a su vez Deleuze, en una especie de necrológica apologética, devolvió el piropo florido («El siglo será foucaultiano»), y si las mentes ebrias de megalomanía reducen así el vasto mundo a sus propias pajas mentales y cópulas solitarias con totalidades sintéticas y conceptos filosóficos engendran fantasmas, declaramos en contrapartida que el siglo no será stirneriano, y no solo porque «siglo» es huera abstracción dispéptica y gas mental de escritores pedorretas y alucinados filósofos de gabinete, sino porque además incluso lo «stirneriano» mismo (como lo «deleuziano» y lo «foucaultiano») pertenece también a ese orden espectral. Lo único que podemos adelantar con respecto a Stirner y a su futuro es que acaso en algún siglo Marx (cual cumple a un promotor cínico de ideas totalitarias como el comunismo –que suelen presentarse siempre envueltas en el celofán de las buenas intenciones y acaban con resultados teratológicos en la práctica–) será olvidado y sobrevivirá a partir de entonces como una mera nota a pie de página de la higiénica obra de Stirner.
«Pues lo único real es el yo‚ un yo que procede al revés del yo de Fichte‚ que en el momento de ponerse se consume y es en esa nada o microclima placentario nirvánico en que Es o llega a ser por fin Der Einzige, El Único».
Bibliografía recomendada:
Giorgio Agamben: El tiempo que resta. Comentario a la Carta a los Romanos, Madrid, Editorial Trotta, 2006.
Alain de Libera: La cuestión de los universales. De Platón a fines de la Edad Media, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2016.
Jacques Derrida: Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional, Madrid, Editorial Trotta, 1995.
J. Duns Scoto: Obras del Doctor Sutil, Madrid, BAC, 1960.
Leopoldo María Panero: «Stirner», en Los Cuadernos del Norte: Revista cultural de la Caja de Ahorros de Asturias, Año 1, nº 0, 1980, p. 53.
Peter Sloterdijk: Los hijos terribles de la Edad Moderna. Sobre el experimento antigenealógico de la modernidad, Madrid, Editorial Siruela, 2015.
Max Stirner: El Único y su propiedad, México, Sexto Piso, 2003.



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