viernes, 21 de junio de 2013
LA BIOGRAFÍA DE LA MUERTE
PHILIPPE ARIÈS Y LA BIOGRAFÍA DE LA MUERTE
El hombre ante la muerte (Editorial Taurus, Madrid, 2011. 724 páginas)
El hombre ante la muerte, obra clásica de Philippe Ariès (1914-1984) publicada en francés en 1977 (Éditions du Seuil, París) y reeditada recientemente en español por el sello Taurus, ha llegado finalmente a las librerías de Asunción.
Historien de dimanche, como se llamaba sí mismo, aficionado que investigaba en sus ratos libres, como ese otro amateur que, «al lado del camino» académico, lo ha marcado más que miles de profesionales titulados, Michel Foucault, con quien tan obvia afinidad tiene, Ariés ha sido, desde la publicación de su primer trabajo (El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen, 1960), criticado por diversas tesis puestas en cuestión por estudios posteriores. Críticas débiles en tanto críticas a una posibilidad tácitamente presente en dichas tesis –y en cualesquiera otras– por elemental rigor metodológico. Y que soslayan –y dejan intacto– lo principal: que Ariés, como Foucault, o, desde ese hito que fue la revista Annales, fundada en 1929, como Bloch, como Febvre, como Braudel, cambia el modo de hacer la historia –y con ello todo el pensamiento actual. Después de Annales, la historia no volverá a ser lo que era. La historia de grandes hombres y hechos cede ante la de los hábitos humildes, las ideas vulgares, las creencias generales, las prácticas anónimas de las vidas corrientes. Los protagonistas del gran relato histórico ya no serán algunos individuos ilustres, sino que lo serán todos y nadie. La historia deja de ser lo «destacado» y aparecen sus raíces secretas. Estructuras profundas, poderosas corrientes subterráneas importantes no pese a haber sido soslayadas, sino, precisamente, a causa de ello. Los ocultos cimientos de las rutinas y de las obras de arte, de los gestos triviales y de las sinfonías, en cada época y cada mundo histórico, han salido a la luz.
La muerte es, en esta elegante obra de Ariès, rito del viaje a lo desconocido y relación con el cuerpo y el destino, centro o (actualmente) negada periferia de la vida, núcleo de costumbres y saberes, de metafísica y de fisiología. Domesticada («domada», en la versión de Taurus –por razones de estilo y de eufonía que no vienen al caso, uso «domesticada») con rituales, trágica y salvaje luego, y al cabo medicada, apartada en un ghetto, desolada y aséptica, la muerte es cifra de la sabiduría y la miseria peculiares de cada cultura. Macabra y triste novela en tercera persona sobre una heroína con guadaña, enfrentada con dignidad a veces (la ya perdida calma de la Antigüedad o el Medioevo) y otras con la vitalidad del existir (distante reacción del Renacimiento), el capítulo final habla al lector de sí mismo y de su final en un mundo donde sobre la muerte pesa como una especie de inconfesa censura.
El hombre ante la muerte le costó a Ariés quince años de trabajo. Cortés, hace que leerlo cueste, en cambio, muy poco, que uno empiece a alarmarse cuando, en su diestra, adelgaza la parte que le queda por leer y que lamente, al cerrarlo, que haya sido tan breve. Se abre con el misterioso saber de la muerte propia, la íntima certeza de que a uno le ha «llegado la hora». Desfilan poemas, presagios, apariciones, mitos, fuentes varias. Es la creencia de que «la muerte avisa», desaparecida de la cultura moderna y burguesa pero conservada durante siglos en las clases populares. Tolstoi murmura en su agonía: «¿Cómo mueren los mujiks?» En el siglo XIX, replica Ariès, los mujiks mueren aún al modo antiguo: saben. Antes de ser una extraña, la muerte fue familiar. En medio de la dura existencia anterior al mundo del «bienestar» (excusen el mal gusto de la expresión; la uso para abreviar, aunque sea inexacta), está siempre próxima. Leer en sus fuentes los testimonios de este saber, anterior a la ignorancia (o ceguera) actual y hoy perdido, asombra. En un cuento de Babel de 1920, una aldea de Odesa está de fiesta. Gaza, una viuda «medio puta [sic; la expresión es de Ariès], baila, baila con toda su alma» y dice: «Todos somos mortales». Frase, dice Ariès, que expresa la arcaica alegría de vivir ahora, la indiferencia ante el mañana, mientras que el miedo a la muerte se ve en la previsión, el cálculo, en ese espíritu «razonable» (no «racional», si me permiten) de la Modernidad. Contra la cual la pasión por la muerte brilla en momentos extremos: «Dead, dead is my joy», escribe Emily Brönte, condenada por la tisis, «La muerte es mi alegría». Heathcliff abre el ataúd de Catherine y, milagro terrible, su belleza está intacta. ¿Abraza su cadáver? Brönte no necesita escribir eso: sabemos que la abraza. «Cuando Heathcliff muera», escribe Ariès, «los dos amantes diabólicos se reunirán por tanto no en el paraíso de Dios y de los ángeles, donde no tienen un sitio y donde además no desean entrar, sino bajo la tierra, disolviéndose juntos». Vértigo ante el semblante de la muerte al que arrastra la fuerza del deseo: muerte del Romanticismo, que en la obra de sus poetas es promesa de infinito. Hoy, perdido el saber del propio fin, el avance de la medicina da el monopolio de la muerte a los hospitales. Abre el libro un esqueleto con guadaña; lo cierra otro lleno de sondas y de tubos en una camilla; lo recorren Homero y Ronsard, Tristán e Isolda, Mark Twain y el Marqués de Sade y, desde fuentes diversas, muchos otros nombres, que no son ilustres.
El hombre ante la muerte aborda un tema capital del conjunto de cuanto creemos y practicamos sin saber que lo practicamos y lo creemos. Estudia el misterio de la tenaz y oscura historia que hacemos todos. Es uno de los más apetitosos y nutritivos frutos de la rama más osada del pensamiento contemporáneo –y uno de los más ricos y jugosos: sus 700 páginas se engullen vorazmente sin que el placer decline. Editado por Taurus, ya está disponible en las librerías de Asunción y queda recomendado como un suculento festín.
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viernes, 7 de junio de 2013
THE DARK SIDE OF A BLOODY MARY POPPINS
Vivió sola y murió (en el año 2009, a los 83 tacos) también en la soledad más absoluta y casi en la indigencia, después de haber atravesado la ciudad sin tregua en busca de su propio rostro en su sombra y en su reflejo en los muros y en los suelos y en las vidrieras y en los espejos de sus miles de autorretratos y de haberse perseguido a sí misma en los muchos rostros de los otros y en las innumerables imágenes del mundo, y toda su obra fue encontrada póstumamente, hace poco, por mero y feliz azar.
Es una historia tan buena que merecería ser falsa. Uno de los secretos mejor guardados del extinto siglo XX. Vivian Maier. La niñera que ocultaba un tesoro en el cuarto de servicio.
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lunes, 3 de junio de 2013
COMIDA Y POLÍTICA (Primera parte)
Por qué me cuelgo con la rúcula o las empanadas “glam”, estaba pensando. Es que hay muchas cosas ahí. Ya quiero escribir un ensayo que se llame Comida y política. Cuando elegís qué comer, elegís de qué lado estás. Por ejemplo, si estás del lado de los winner que tienen algún amigo pobre porque eso no les hace menos lindos ni más negros sino menos prejuiciosos y más cool, o si estás lejos de ese esnobismo, o sea, si estás del lado de la empanada folklórica fashion de guayaba y roquefort o del lado de la empanada a secas porque las empanadas con pretensiones te caen pesadas. Esa empanada que eliges no solo contiene carne: también está rellena de política.
O, por poner otro ejemplo, al elegir qué comés podés elegir si estás del lado manso y casi desdentado a fuerza de virtuoso del yogur con avena y el té con galletitas de salvado, o si sos una loca y una perra y preferís un asadacho semicrudo en la vereda, y, en tu viciosa lujuria, cada vez que cobrás un laburo liquidás mínimo un litro de helado y damasatánicamente reís con cara de que se vayan al infierno (perdón Luzbel Ñande Jara, quise decir “y que se vayan al cielo”) el sistema y la imagen que exige y las mil formas de manipulación con las que domina a todos.
Y solo son dos ejemplos; los hay por millones.
Otro: en Paraguay vivimos un dualismo exaltante entre lo doméstico –o (yo agrego) lo domesticado– y la intemperie.
Por un lado está el mundo de la señora –tu mamá, suegra, tía, abuela, etcétera. Usa ollas, fuentes, horno, hornallas, hace salsas, hierve, fríe, gratina, revuelve, etcétera. Lo hace en el interior de la casa, en la cocina. El espacio doméstico en el que se domestican las pasiones, se educa y moldea a los hijos, se adapta la vida a las obligaciones socialmente instauradas: es el dominio de lo civilizado (se cocina con utensilios, recipientes y métodos propios de la civilización), es el reino de la moral (predicada, en general, por esa misma señora que cocina: ella te “nutre” –te gobierna, te guía, te modela– el cuerpo y la mente, te llena el estómago y la cabeza, te mete sus alimentos y te mete sus creencias), es el mundo del deber.
Pero en Paraguay… ah, en Paraguay tenemos EL ASADO.
Sí, en Paraguay tenemos el asado. El asado no lo hace la señora del caso precedente, domesticado y doméstico. El asado lo llena todo de humo y se hace a la intemperie, el asado no calcula los
costos ni escatima, el asado no cuenta moneditas, no utiliza casi herramientas civilizadas
(se puede hacer un asado en medio de la selva),
rompe con los usos diarios (chau cubiertos, fuera sillas y búsquese cada cual
cualquier asiento), quiebra el tiempo limitante y estrecho del reloj de la
rutina (a un asado no se le puede meter prisa, te lleva un día o una tarde
completos, su elaboración impone ese ritmo caprichoso que es el del tiempo
libre –el de la libertad). El asado celebra y añora un mundo diferente, quizá
precolombino, seguramente nómada, tal vez preneolítico. El tiempo impreciso
y vasto de un mundo sin nada prescindible pero provisto de todo lo importante: risa,
alegría, peligro, viento y amplios horizontes, intemperie, juego, bromas, movimiento, barbarie, fuerza,
fraternidad. Es el mundo sin normas ni horarios del placer. Un mundo de hombres
libres, de espíritus sin ayer y sin mañana. Una grieta en el muro de la cárcel
de esta vida, una grieta por la que feroz, secretamente Dama Satán desea, cada vez que, bien sucia y bien contenta, está participando de algún buen asado, desde lo más
profundo y con toda su alma (condenada, por supuesto, gracias sean dadas a Belcebú, amén) que se cuelen la aventura, lo imposible, lo
prohibido.
sábado, 1 de junio de 2013
FELIZ CUMPLEAÑOS MM
Un día primero de junio como hoy, nació tal como pasaría en realidad su vida entera, y tal como la encontró, en su cama, la muerte treinta y seis años después: desnuda y sola. La mujer más deseada por millones de hombres y la más solitaria de todas las mujeres. Su amigo Truman Capote le adelantó así, según dice el final del cuento "Una hermosa niña" (buscarlo completo, el que tal vez no lo conozca, en Música para camaleones; es muy bueno para resignarse a esta mutilación, por la que me excuso) , la opinión póstuma que podría dar sobre ella si alguien le preguntara:
"...M: ¿Qué
es esto? ¿Qué pasa?
TC:
Quiere una propina por limpiar el vidrio.
M
(cubriéndose la cara con la cartera): ¡Qué horrible! No lo aguanto. Dale algo.
Apúrate. ¡Por favor! (Pero ya el taxi partía, derribando casi al viejo
borracho. Marilyn lloraba.) Estoy descompuesta.
TC:
¿Quieres irte a casa?
M: Se
ha arruinado todo.
TC: Te
llevaré a casa.
M:
Espera un minuto. Ya estaré bien.
(Así
seguimos hasta la calle South; allí, el ferry anclado, Brooklyn al otro lado,
las gaviotas que revoloteaban y se divertían, blancas contra el horizonte
marino y el cielo veteado de vellones de nubes, diminutas y frágiles como
encaje, pronto tranquilizaron su espíritu. Al bajar del taxi vimos a un hombre
que llevaba a un perro chino de una correa. Era un pasajero que iba al ferry.
Al pasar junto a él, mi compañera se detuvo a acariciar el perro.)
EL
HOMBRE (firme y poco amistosamente): No debería tocar perros desconocidos.
Especialmente a éstos. Podrían morderla.
M: Los
perros nunca me muerden. Sólo los humanos. ¿Cómo se llama?
EL
HOMBRE: Fu Manchú.
M
(riendo): Oh, como en el cine. Qué amor.
EL
HOMBRE: Usted, ¿cómo se llama?
M: ¿Yo?
Marilyn.
EL
HOMBRE: Eso pensé. Mi mujer no me creería. ¿Me da su autógrafo?
(Sacó
una tarjeta y un bolígrafo. Usando su cartera como apoyo, ella escribió: Que
Dios lo bendiga - Marilyn Monroe).
M:
Gracias.
EL
HOMBRE: Gracias a usted. Voy a mostrar esto en la oficina.
(Seguimos
hasta el borde del muelle, donde nos pusimos a escuchar el ruido del agua.)
M: Yo
solía pedir autógrafos. Aún lo hago, a veces. El año pasado vi a Clark Gable
sentado cerca de mí en Chasen y le pedí que me firmara la servilleta.
(Apoyada
contra un poste de amarras, la observé, de perfil: Galatea oteando las
distancias no conquistadas. La brisa le esponjaba el pelo. Volvió la cabeza
hacia mí con gracia etérea, como si la hiciera girar la brisa.)
TC:
¿Cuándo alimentamos a los pájaros? Yo también tengo hambre. Es tarde, y no
almorzamos.
M:
Recuerda, te dije que si alguna vez te preguntaran cómo era yo, cómo era, en
realidad, Marilyn Monroe, ¿qué dirías? (Su tono era juguetón, burlón, pero sincero
al mismo tiempo: quería una respuesta honesta): Apuesto a que dirías que era una
palurda.
TC: Por
supuesto, pero también les diría...
(Ya se
iba la luz. Ella parecía desvanecerse con la claridad, mezclarse con el cielo y
las nubes, retroceder y ocultarse detrás. Yo quería alzar la voz por encima de
los gritos de las gaviotas y preguntarle: “Marilyn, Marilyn, ¿por qué todo tuvo
que salir así? ¿Por qué es una mierda esta vida?”)
TC: Yo
diría...
M: No
te oigo.
TC:
Diría que eras una hermosa niña."
Yo le escribí un epitafio:
EPITAFIO
PARA M. M.
Aquí
yace un cadáver pecador
Hermanos
que pasáis ante esta tumba, no le arrojéis piedras
Si
dulce es la virtud, no lo es menos el vicio
–y
reparad en cuál conocéis más a fondo–
Aquí
yace un cuerpo bien bonito, comparsas,
aunque
no siempre tratado con el debido respeto;
caderas
anchas y blancas, cintura estrecha yflexible,
fue
grato a los espejos generosos
Los
mórbidos perfumes de muchas madrugadas vean
otros como él
otros como él
Nadie
lo juzgue con severidad
Aquí
yace la carne
en todo
el esplendor de su miseria,
aquí el
cuerpo y el alma de ese cuerpo
Los que
creen que creen se dijeron qué triste,
no supo
arrepentirse de su vida
hasta
que fue ya demasiado tarde
Pero
nadie rezó en sus funerales,
pues
así lo pidió en su testamento –un sucio manuscrito,
escrito
en una letra abominable,
dicho
sea de paso–
Ministros,
presidentes, generales,
señoras
y señores, policías:
Sabed
lo que ella hizo
cuando
estaba partiendo de este mundo:
Se echó
un buen trago de pisco,
poco
antes de partir.
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