Por qué me cuelgo con la rúcula o las empanadas “glam”, estaba pensando. Es que hay muchas cosas ahí. Ya quiero escribir un ensayo que se llame Comida y política. Cuando elegís qué comer, elegís de qué lado estás. Por ejemplo, si estás del lado de los winner que tienen algún amigo pobre porque eso no les hace menos lindos ni más negros sino menos prejuiciosos y más cool, o si estás lejos de ese esnobismo, o sea, si estás del lado de la empanada folklórica fashion de guayaba y roquefort o del lado de la empanada a secas porque las empanadas con pretensiones te caen pesadas. Esa empanada que eliges no solo contiene carne: también está rellena de política.
O, por poner otro ejemplo, al elegir qué comés podés elegir si estás del lado manso y casi desdentado a fuerza de virtuoso del yogur con avena y el té con galletitas de salvado, o si sos una loca y una perra y preferís un asadacho semicrudo en la vereda, y, en tu viciosa lujuria, cada vez que cobrás un laburo liquidás mínimo un litro de helado y damasatánicamente reís con cara de que se vayan al infierno (perdón Luzbel Ñande Jara, quise decir “y que se vayan al cielo”) el sistema y la imagen que exige y las mil formas de manipulación con las que domina a todos.
Y solo son dos ejemplos; los hay por millones.
Otro: en Paraguay vivimos un dualismo exaltante entre lo doméstico –o (yo agrego) lo domesticado– y la intemperie.
Por un lado está el mundo de la señora –tu mamá, suegra, tía, abuela, etcétera. Usa ollas, fuentes, horno, hornallas, hace salsas, hierve, fríe, gratina, revuelve, etcétera. Lo hace en el interior de la casa, en la cocina. El espacio doméstico en el que se domestican las pasiones, se educa y moldea a los hijos, se adapta la vida a las obligaciones socialmente instauradas: es el dominio de lo civilizado (se cocina con utensilios, recipientes y métodos propios de la civilización), es el reino de la moral (predicada, en general, por esa misma señora que cocina: ella te “nutre” –te gobierna, te guía, te modela– el cuerpo y la mente, te llena el estómago y la cabeza, te mete sus alimentos y te mete sus creencias), es el mundo del deber.
Pero en Paraguay… ah, en Paraguay tenemos EL ASADO.
Sí, en Paraguay tenemos el asado. El asado no lo hace la señora del caso precedente, domesticado y doméstico. El asado lo llena todo de humo y se hace a la intemperie, el asado no calcula los
costos ni escatima, el asado no cuenta moneditas, no utiliza casi herramientas civilizadas
(se puede hacer un asado en medio de la selva),
rompe con los usos diarios (chau cubiertos, fuera sillas y búsquese cada cual
cualquier asiento), quiebra el tiempo limitante y estrecho del reloj de la
rutina (a un asado no se le puede meter prisa, te lleva un día o una tarde
completos, su elaboración impone ese ritmo caprichoso que es el del tiempo
libre –el de la libertad). El asado celebra y añora un mundo diferente, quizá
precolombino, seguramente nómada, tal vez preneolítico. El tiempo impreciso
y vasto de un mundo sin nada prescindible pero provisto de todo lo importante: risa,
alegría, peligro, viento y amplios horizontes, intemperie, juego, bromas, movimiento, barbarie, fuerza,
fraternidad. Es el mundo sin normas ni horarios del placer. Un mundo de hombres
libres, de espíritus sin ayer y sin mañana. Una grieta en el muro de la cárcel
de esta vida, una grieta por la que feroz, secretamente Dama Satán desea, cada vez que, bien sucia y bien contenta, está participando de algún buen asado, desde lo más
profundo y con toda su alma (condenada, por supuesto, gracias sean dadas a Belcebú, amén) que se cuelen la aventura, lo imposible, lo
prohibido.
2 comentarios:
MonTse, a propósito de asados, yo tengo que confesar que a menudo vengo a clavarle un mordisco a tu blog, a vampirizarte discretamente, a aprovecharme de tu finísimo sentido del humor... a apropiarme de un universo de estímulos que rara vez me regala el mundo exterior. Tu blog es una compañía encantadora. ¡Felicitaciones! Besos, Pamela
Tu generosidad al recibir hace que quiera ser más generosa en dar, Pamela! Esa nobleza es también para mí un raro obsequio. Cada vez que encuentro tus palabras se activa por refuerzo pavloviano el circuito de estímulo-respuesta que me impulsa a escribir =)
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