Ladies and Gentlemen, los Ramone han muerto; se llevan consigo una de las más ruidosas y frescas esquinas del siglo XX, que, entre charcos luminosos y fogonazos nocturnos de luces flúo, iridiscentes aluminios satinados de latitas de cerveza, plic, psssssht, y blancas nubes angélicas de delirios, de esmog y de tabaco, siempre se resistirá a abandonar nuestro espíritu. Donde cada uno de nosotros esté, hagamos ya un minuto de estruendo en su memoria. ¡Vamos! Hey, ho, let’s go!
El fallecimiento del último miembro, Tommy, invita a reflexionar sobre el legado de Los Ramones, que no es solo musical, que habla de vivir sin estar atados a los convencionalismos del establishment ni a las opiniones sociales prevalecientes –e incluso desafiándolas–, como lo hiciera el filósofo de la antigüedad Diógenes el Cínico. Y esto, en una sociedad cerrada y de rasgos tribales (en el sentido popperiano) como la nuestra, no es poca cosa, dice nuestro nuevo secuaz, quiero decir colaborador, Diego Moreno Rodríguez Alcalá: El último de Los Ramones y el legado (existencial) de la banda.
Fraternidad de lactantes-adictos de humos, alcoholes y drogas, nacidos del seno tóxico de la urbe polucionada y por cuyas venas corrió la misma ardiente y sanguinaria música, los Ramone han muerto. Primero Joey (linfoma, 2001), luego Dee Dee (sobredosis, 2002), luego Johnny (cáncer, 2004); ahora Tommy, el viernes 11. Había nacido en Budapest pero creció en Queens y, con su compañero de bachillerato John Cummings, alias Johnny Ramone, y sus conocidos de la calle Jeffrey Hyman, alias Joey Ramone, y Douglas Colvin, alias Dee Dee Ramone, sacudió con relámpagos de punk rock la escena musical de la segunda mitad del siglo XX: HEY HO LET´S GO! Adiós Ramones!