jueves, 11 de julio de 2013

UBICUIDAD SIMBÓLICA -APUNTES DE ANTROPOLOGÍA CULTURAL

Estaba reflexionando sobre unas cuantas, llamémoslas, hipotéticamente aún, “constantes” que atraviesan diversas culturas y épocas y que parecen tener en todas ellas una poderosa carga simbólica que, por ubicua, se diría universal. Por ejemplo, ¿por qué se supone que la paloma es como moralmente superior al pollo o al loro, o como más “espiritual” que ellos? La paloma en la iconografía católica es el emblema del Espíritu Santo. ¿Por qué no lo es el papagayo? ¿O por qué no lo es el pato? El colibrí debería ser más apropiado como metáfora de lo inmaterial y de lo etéreo por ser más enano y ligero, pero no sirve tan bien porque da la impresión de ser medio chiflado o histérico y porque no tiene esa necesaria y majestuosa serenidad oronda de la dignidad eclesial; de hecho, yo apostaría a que nadie puede comer sin cierto horror una milanesa o un bife de paloma ni una paloma al espiedo, mientras que, por el contrario, todos vemos como algo natural comer un pollo al espiedo, tallarines con pollo o un sándwich de pollo. ¿Por qué? ¿Por qué el pollo sí es susceptible de rellenar empanadas y croquetas y hasta de convertirse en paté o en hamburguesa, y la paloma no? ¿Por esa especie de espontánea, universal e intuitiva jerarquía moral aludida al comienzo? Pues ¡no, amables lectores!, ¡no!, ya que tampoco nadie, apuesto a ello, comería a sus anchas guiso de loro, un buen arroz con loro ni un crocante loro frito, ni mucho menos un plato de sopa de colibrí con las presas de picaflor flotando lentas en el lago humeante entre pálidos bancos o islotes de fideos, y ni el colibrí ni el loro dejan de parecer, en ningún rincón del orbe donde exista una cultura humana, vagamente indignos de confianza, y eso en el mejor de los casos. Para usar dos ejemplos antitéticos, paloma y loro escapan al destino culinario del pollo sin tener ni virtudes ni vicios en común. Las virtudes, en todo caso, estarían en la paloma (básicamente, la mansedumbre: la paloma “es pacifista”), y los vicios en el loro (impulsivo, fanfarrón, vacuo, gritón, voluble, caprichoso, tal vez lascivo, timbero, borracho, drogadicto –¿qué otra cosa esperar de un charlatán semejante?). ¿La neutralidad axiológica del pollo es aperitiva, los rasgos, buenos o malos, de carácter son anorexígenos, o el pollo, de por sí tal vez dueño de una personalidad poderosa y de una compleja y viva interioridad, es reificado, cosificado, objetivado con fines instrumentales de índole gastronómica? Y esto es solo un aspecto de la polémica cuestión aviar. Otro es, por citar alguno al azar, el hecho, en apariencia también universal, de que la femineidad tiene diversas representaciones aladas, desde la mariposa hasta la urraca y la cotorra pasando por la gallina (a la que, eventualmente, se añade el atributo de "clueca" en ciertos casos). En cuanto al hombre, puede revestir atributos pertenecientes a los varios plumíferos de una escala en cuyos dos extremos se encuentran figuras como las del águila y el halcón, en el punto más alto, y, en el opuesto, otras como las del pavo y el ganso, pasando, desde luego, por el buitre. Algunos pensadores han propuesto revisar el concepto antropológico heredado de la filosofía griega clásica de "bípedo implume" por esta razón, si bien dicha propuesta revisionista es reciente –de hecho, acaban de proponerlo anoche. La paloma, pues, digo la polémica, está servida –quise decir el pollo. Como fuere, ¿a qué edad piensan ustedes empezar a hacer los trámites necesarios para, sin avisarme, desde luego, porque me negaría a que lo hicieran, candidatarme al Nobel? No veo signos de esa actividad todavía. No obstante, eso no me preocupa. Estoy segura de que lo que les está retrasando un poco es que no saben todavía al Nóbel de qué.
(Por tantos que son mis múltiples talentos, quiero decir, obviamente.)




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