jueves, 16 de mayo de 2013
AUTÓMATAS I: EL FANTASMA DEL AUTÓMATA
La precisa perfección rítmica y la rapidez del pianista favorito de Hannibal Lecter hicieron de de las Variaciones Goldberg, que Bach completó en 1741, verdaderos ejercicios de vuelo.
Un buen intérprete se distingue por tener una habilidad motriz y una memoria impresionantes; los grandes intérpretes ejecutan por ello con tan excepcional mezcla de rapidez y precisión largas secuencias de movimientos muy complejos, que exigen la mayor coordinación. Un humanoide con esta disposición (que puede también ser la de un gran acróbata, por ejemplo), ¿qué más necesitaría para ser un gran intérprete, salvo cierta participación subjetiva en la obra, es decir, cierta misteriosa capacidad de escuchar --de vivir por un momento-- lo que escuchaba --lo que vivió-- el creador de esa obra (en este caso, Bach)?
Sería un autómata, sí, solo que un autómata movido, poblado por un fantasma. Pero ¿no es eso, precisamente, un ser humano? ¿O no lo es? ¿Y qué es?
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