El 1ero de mayo de 1886 comenzó la huelga general en Chicago, reclamando en primer término una jornada laboral de 8 horas. Tres días después, el 4 de mayo, en una concentración en la plaza de Haymarket, estalló una bomba, causando un muerto y varios heridos. Se detuvo y se torturó a cientos de trabajadores y el 21 de junio se inició un juicio contra ocho acusados de haber causado el incidente. Eran pobres, eran obreros, varios eran inmigrantes: no eran más que perdedores, perfectos para morir. Fueron declarados culpables sin pruebas, y condenados todos, tres a prisión y cinco a muerte. Samuel Fielden, obrero textil inglés de 39 años, y Michael Schwab, tipógrafo alemán de 33 años, recibieron cadena perpetua, y Oscar Neebe, vendedor estadounidense de 36 años, 15 años de trabajos forzados. Georg Engel, tipógrafo alemán de 50 años, Adolf Fischer, periodista alemán de 30 años, Albert Parsons, periodista estadounidense de 39 años, y August Vincent Theodore Spies, periodista alemán de 31 años, fueron ahorcados. Louis Lingg, carpintero alemán de 22 años, no aceptó que otros le impusieran su poder quitándole la vida por la fuerza y se mató él mismo en su celda, detonando en su boca, la víspera del día fijado para su ejecución, un explosivo: ése fue el “cigarro-bomba” de Louis Lingg. Ningún 1ero de mayo se los recuerda. Y, sin embargo, cuando José Martí, corresponsal en Chicago de La Nación de Buenos Aires, relata la ejecución, el 11 de noviembre de 1887, es difícil leer el grito de Spies como un error:
…Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: "la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora”. Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable…
Hoy, 1ero de mayo de 2011 (y pese a que, salvando las distancias entre uno y otro caso, también hoy se ha consumado, por conmemoración, por escarnio o por rara coincidencia, otra condena a muerte sin juicio y otra ejecución --a partir de la cual se establece oficialmente que cabe declarar culpable a alguien sin pruebas y darle muerte), tampoco los hemos recordado. Y, sin embargo, cuando Lingg escuchó la decisión de la corte, se puso en pie diciendo: “Muero feliz en la horca, sabiendo que cientos y miles recordarán mis palabras. Cuando nos hayan ahorcado, ellos lanzarán las bombas. Con esta certeza, les digo a ustedes: yo los desprecio, yo desprecio su orden, desprecio sus leyes, su fuerza, su autoridad. Ahórquenme por eso”. Quizá entonces fue difícil no creerle.
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