sábado, 2 de abril de 2016

MORIR EN MADRID

















Qué raras coincidencias dibujan los destinos, por disímil que uno se considere de sus ancestros. Y es que lo es, en muchas cosas. Por ejemplo, mi padre era un tipo realmente culto, mucho más culto que yo. Pero también a él lo difamaban virulentamente, como a mí, y, con extraña frecuencia por idénticos motivos -que si hablaba con "palabras rebuscadas" o que si utilizaba "demasiadas" palabras, que si era extranjero (español, en Perú), etcétera-. He caído en la cuenta de esta fatal semejanza al leer lo que el inteligente inquisidor y agudo periodista peruano César Hildebrandt publicó, hace casi diez años, en su columna del diario La Primera, de Lima, en la edición del domingo 30 de noviembre del 2006, al enterarse de su muerte. No lo había leído nunca. Hace un momento, investigando acerca de otro tema, lo encontré; lo reproduzco a continuación aquí, porque creo que es un texto hermoso:

"La Primera, noviembre 30, 2006
"Morir en Madrid
"Se nos ha muerto Félix Álvarez, que hablaba con la ronquera de los fumadores de Ducados y sabía latín y de los clásicos como si hubiese aprendido a leer con ellos y podía recitar a Salinas y reírse como un demonio de Tasmania cuando alguien decía algo estúpido, que era casi siempre.
"Un día, cuando empezaba a extenderse el charco de sanguaza de los Fujimoris y las Chávez, se fue a Paraguay y allí le perdí la pista porque yo también me tuve que ir a España cuando las puertas se me cerraron y los muchachos de la tele se meaban cada vez que Montesinos los mandaba llamar con un tal Huamán.
"Pero todos estos años he pensado en Félix Álvarez y su aspecto de leñador, su barba de prócer y el cigarrillo eterno que terminó matándolo antier, en Madrid.
"Álvarez era un tipazo que escribía como el mejor de los cronistas que yo haya leído y tenía formación de filósofo e historiador. Pero también era humorista e imitador de autores y estilos y podía disfrazarse de fraile dominico en alguna misión próxima al Iguazú o hacer que de su prosa proteica brotara un imaginario valenciano que recordara a Martorell.
"Podía escribir de lo que quisiese con una maestría que no volveré a ver y podía hablar con erudición y sin jactancia de lo que uno le preguntase y de lo que uno jamás le habría preguntado por vergüenza. 
"Porque Álvarez fue el único ser realmente enciclopédico que conocí. Y no es que fuese un Larousse en talla de bodoque. En él el conocimiento estaba tramado como en un tapiz y latía, vivo y actualizado, junto a una sensibilidad de socialista invencible. Claro, no hablo de un socialismo incondicional sino de uno crítico, pobretón de pura honestidad, rabioso de tanta frustración, antiestalinista a pulso de ácrata.
"Álvarez me maravillaba por muchos motivos pero creo que nunca lo admiré más que cuando lo escuchaba. 
"Su voz velada por el humo construía periodos largos al galope y se metía en digresiones y asomaba la cabeza tras una oración subordinada que hubiese turbado a Cicerón y, manteniendo el hilo, llegaba a puerto como si los mejores prácticos lo guiasen. 
"Sólo años más tarde, cuando leí los prodigiosos discursos de Emilio Castelar, salidos de la estenografía de las cortes españolas, entendí de dónde venía esa tradición intelectual que convertía la elocuencia en una de las bellas artes.
"Al igual que Castelar, Álvarez decía bellamente lo que bellamente había sido pensado. No se trataba, desde luego, de ese tipo de oratoria que tanto gusta por estos lares y que consiste, a pesar de una sintaxis irreprochable, en no decir nada. No era la verborragia alanista y sentimental que apela a marear a la perdiz y a engatusar sino el viejo culto por las palabras, por las palabras precisas y mensajeras. Era el viejo amor por el lenguaje de un castellano adoptivo que creía en el rigor y la risa.
"Por todo eso es que a Álvarez nunca lo quisieron mucho por aquí. Por ser de afuera y por tener luces propias y no atarse a la noria de los críticos que se pudrieron sin haber madurado y de los escritores de tercera que fundaron la sociedad de auxilios mutuos de la pendejada.
"Querido Félix: hasta la próxima."


Félix Álvarez Sáenz, a.K.a. Félix Azofra (Azofra, La Rioja, España, 1945-Madrid, 2006)







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