Eleanora Fagan Gough, a.K.a. Billie Holiday, a.K.a. Lady Day, hija de una niña negra de quince años y de un guitarrista y bajista de jazz que solo tenía diecisiete cuando ella nació y que se marchó de la casa al poco tiempo, violada ella misma a su vez antes de cumplir los diez años de edad, empleada doméstica y prostituta, adúltera y bisexual, alcohólica y adicta al consuelo de las drogas que un mal día terminaron con su vida, arrestada por posesión de heroína y presa en la cárcel casi un año antes de ser condenada a arresto domiciliario por posesión de narcóticos, acosada por la policía y despreciada por la sociedad blanca durante toda su existencia, enterrada al cabo de esos breves y mágicos cuarenta y pocos tacos de infierno y de paraíso en un cementerio del Bronx, reina del swing y de la intensidad vocal y señora de las dulces tinieblas de los desahuciados y de los tristes que aprendió el blues al escuchar a Bessie Smith y Louis Armstrong en la radio de un burdel cuyo piso repasaba de rodillas con trapos y jabones, bálsamo de perdedores y de solitarios que al cantar inundaba de luminosidad los mismos clubes a los que tenía que entrar por la puerta trasera, pecó, amó, murió y no se rindió nunca.
En diciembre, Salamandra nos dejó como regalo de fin de año a los amantes del cómic y a los amantes del jazz una nueva edición de la legendaria novela gráfica de Muñoz y Sampayo originalmente editada por Casterman en el 2005 sobre Billie Holiday (Filadelfia, 7 de abril de 1915-Nueva York, 17 de julio de 1959), cuyo primer centenario se acaba de cumplir este año que pasó. Un amante del cómic y un amante del jazz, filólogo el primero, filósofo el segundo, la recuerdan en el Suplemento Cultural de Abc.
Doctor en filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid y empedernido melómano cuya colección de vinilos ocupa al menos tanto espacio como su biblioteca, Jorge Manuel Benítez encontró en estas noches el tiempo adecuado («que no es solamente cronológico», diría él) para volver a escuchar All or nothing at all y transmitirnos brevemente en estas líneas algo de esa experiencia.
UNA EXTRAÑA FRUTA
(Homenaje fenomenológico a partir de la escucha de All or nothing at all)
Escuchar esto es comprender varias cosas. Que hasta lo más triste que pueda uno vivir será cantado delicadamente. Que en la vida vivida con delicadeza se esfuman los límites entre la alegría y la tristeza. Que el swing es la danza de la vida.
Miseria, violencia, drogas… «La verdad de todo está en los discos», pudo quizás haberse dicho interiormente Billie, cuando escuchó por primera vez, en un tocadiscos, a Armstrong y Smith.
Con el sigilo y la gracia de un ave nocturna, la voz canta en medio de una ecología de sonidos.
Destaco al mismo tiempo el orgullo: un orgullo negro y femenino de jugar al todo o nada.
«El swing ha sido el motor de su vida». Pero la impronta particular de su interpretación es el swing rallentado hasta alcanzar el ritmo calmo del pesar.
En este mundo, en esta narrativa, parece decirnos el clima musical de algún modo tácito, el amor es un evento que no siempre acontece, siempre pendiente.
Se puede, no obstante, persistir.
Fumando y bebiendo, nunca pensando…
Al fondo del fondo están el sufrimiento y el deseo, identificados y redimidos.
Muñoz y Sampayo resucitan el mundo de las calles, los bares, la música, la gente y los clubes de jazz de las décadas de 1940 y 1950, cuyas distantes noches fueron iluminadas por el breve y trágico esplendor de la voz de Billie Holiday. Doctor en Filología por la Universidad de Salamanca y lector de cómics por vocación, profesión y vicio, Rubén Varillas nos habla de esta joya desde España.
LA CANCIÓN DE LA MALA VIDA
Desde siempre, desde que son vanguardia viva y bucearon en el nacimiento de un cómic adulto que se dio en llamar «cómic de autor»; desde que se presentaron como invitados transatlánticos del hermano continental junto a aquellos tipos del underground y a aquellos atildados auteurs europeos que ahora entendemos como padres de la aclamada cosa gráfica novelada; ya desde que empezaron rasgando la página y la viñeta a machetazos, y los bocadillos con letras trazadas por un buril; es desde entonces que Muñoz y Sampayo parecen arte nuevo y revelación, más que cómic; o cómic artístico y vanguardia, que puede llegar a ser lo mismo. Reinventores del lenguaje.
La edición preciosa de Billie Holiday, de Salamandra Graphic (prestada de los franceses Casterman) se abre como si fuera un museo: páginas doradas a lo Klein antes de los créditos; retrato plateado de ella, esbozado sobre negro como una caligrafía arrugada, para ilustrar el título; y luego, la foto enorme en plano medio de Francis Paudras de una Billie bellísima y jovencísima: una diosa de la música en plena exuberancia subrayada por un tocado de flores blancas sobre su pelo ensortijado. Un museo sin casi abrir el cómic de Muñoz y Sampayo, aún.
«Prostituta, alcohólica, toxicómana. Muere joven... Una vida sentimental desgraciada», dicta el cronista. La niebla de Billie Holliday es demasiado densa como para que la realidad llegue algún día a despejar el mito perfecto del malditismo, la gloria y el amor convertido en jirón de voz.
Con el estilo oblicuo y afilado de Muñoz, y la inclinación de Sampayo por los relatos seccionados y la mirada múltiple, este cómic aborda la historia de la gran dama del jazz como un relato construido a partir de referencias cruzadas y testimonios fragmentarios; recreando, en algún sentido, la propia vida de su protagonista. En el prólogo del comic, Francis Marmande así lo señala:
«Afortunadamente, Billie Holiday vivió varias vidas. Varias vidas simultaneas, cruzadas, enredadas como el hilo de una madeja, con suficientes placeres inauditos para transmitírselos a todo el mundo; con aquella risa, a pesar de todo, sobre un fondo de muerte, y esa locura por los hombres que la llevaría a la perdición. Tuvo la energía para vivir todas esas vidas mil veces más intensamente que nuestras vidas cuadriculadas, escrupulosas, renqueantes. Tuvo, sobre todo, la capacidad dañina de vivirlas todas juntas en sus intersecciones, en sus brechas, en sus heridas insoportables. Murió a los cuarenta y cuatro años».
Aquel cronista que mencionábamos, un periodista al que le han endosado la tarea de escribir sobre el trigésimo aniversario de la muerte de una cantante de jazz a la que no conoce, es una de las esquinas de este relato oblicuo, también fragmentario y entrecruzado. Una de las marcas de estilo de Muñoz y Sampayo. Otra de esas marcas es la presencia protagonista de Alack Sinner en Bilie Holiday, el personaje estandarte e icono del dúo creativo. Su detective, oscuro, torturado, complejo, representa una de las cumbres de la serie negra comicográfica; y las numerosas historias protagonizadas por él han sido un referente fundamental para el crecimiento del comic adulto a partir de aquel comic de autor europeo e hispanoamericano de los años sesenta y setenta. En Billie Holiday, Alack Sinner es un policía primerizo (ignorante aún del serpenteante universo ficcional biográfico que le espera) que un día conoció de niño a la más grande cantante de jazz; y que luego, ya de adulto, volvería a encontrarse con ella un luctuoso 17 de julio de 1959, casi sin saberlo. Vidas cruzadas, viajes autorreferenciales.
La tercera presencia del relato es, claro, la que le pone nombre: Eleonora Holiday, Lady Day, Billie Holiday… La historia de una desgracia continuada que llegó a parecer una vida; y que salpicó a quienes la rodeaban, como a ese pobre Lester «Pres» Young, un hombre invisible que respiraba a través de un saxofón.
El cronista indaga, recupera los retales de la biografía y los une, no para ilustrar la imagen luminosa de su éxito y recuerdo (la que resiste plastificada en las portadas de sus cedés recopilatorios), sino las huellas casi perdidas de su fracas como persona; su vida infeliz sacudida por el machismo de los hombres que no la quisieron y el racismo de sus conciudadanos que no la respetaron. De fondo, suena «You might find th’night time th’right time for kissin», como un mantra. Una tonada que es un anhelo que nunca fue.
La voz de Billie Holiday encerraba el secreto del arte, sus canciones sólo nos dejaban constatarlo por una rendija. Este comic lo da por hecho y nos abre otra rendija para que descubramos la fragilidad, la imperfección y la suerte perra que en realidad respiraba debajo de la estrella.
El arte gráfico de José Muñoz, dueño del claroscuro, del tenebrismo, el verdadero expresionista alemán de Buenos Aires, es de nuevo un prodigio de manchas, intersecciones y rostros cortados por la tinta de una navaja. Los globos y los textos de Billie Holiday se entretejen, van y vienen, y, como en una banda sonora impresa sobre papel, crean un contexto, una atmósfera pesada y densa de conversaciones anónimas, recuerdos casi perdidos y muchas noches sin dormir (la del periodista que necesita terminar su artículo, la de Alack Sinner que no sabía que ella se moría en la habitación del al lado y las de Billie Holiday, que fueron casi todas).
Este comic está cargado de arte, desde su portada hasta sus páginas finales, en las que, bajo el título de «Jam session», se recogen los increíbles bocetos, dibujos rápidos y cuadros de situación creados por Muñoz para terminar de redondear un trabajo que es un homenaje a la vida triste de una voz única.
Billie Holiday.
España, Ediciones Salamandra, Colección Salamandra Graphic, 2015.
Guión: Carlos Sampayo.
Dibujo y tinta: José Muñoz.
80 pp.