sábado, 19 de diciembre de 2015
EL PRIMER ROLLING STONE
Hoy se cumple el primer siglo de la muerte en el paredón de fusilamiento del poeta, jornalero, caricaturista, narrador, músico, dibujante y wooblie Joe Hill.
Quizá este hijo de un ferroviario fallecido a los cuarenta y pocos tacos, Olof, y de una madre, Margareta, que tampoco vivió mucho, y trabajador itinerante él mismo, sea el wooblie −es decir, como es sabido, el miembro de la Industrial Workers of the World (IWW)− más pop.
Su espectro recorre el cine (The Ballad of Joe Hill, de Bo Wilderberg, The Return of Joe Hill, de Eric Scholl, etcétera), la literatura (The Man Who Never Died, de William Adler, The Preacher and the Slave, de Wallace Stegner, The Wild, Wild Wobblies, de Stewart Holbrook, etcétera), la música (le han compuesto temas, o han cantado temas suyos, el imponente Paul Robeson, Pete Seeger, Joan Báez −que le dedica una célebre interpretación en el Festival de Woodstock en el 69−, The Dubliners, etcétera), el cómic, por supuesto, las artes gráficas y visuales...
...y la cultura contemporánea en general: hace poco, Tom Morello, el guitarrista de Rage Against the Machine, declaró que sin Joe Hill no hubieran existido ni Woody Guthrie, ni Bob Dylan, ni Bruce Springsteen, ni The Clash, ni Public Enemy, ni Minor Threat, ni System Of A Down ni... Rage Against The Machine.
De hecho, hace tres días, esta semana, el martes, hubo un concierto en homenaje a Joe Hill en Los Angeles, en Trobadour, con los citados Morello y Báez −lo organizaba el primero−, y, además, con Ziggy Marley, Van Dyke Parks, Boots Riley, Rich Robinson, The Last Internationale, Tim Armstrong, Wayne Kramer, Jill Sobule, David Rovics y Built for the Sea, entre otros artistas.
Sueco de nacimiento, pronto huérfano, no future, desde luego, migrante iluso y pobre como tantos y, al cabo, estadounidense por adopción, como se suele decir, era −según lo escribió él mismo, el propio Joe, en su último escrito, el delicado poema de adiós o testamento titulado «My Last Will»− una piedra rodante, «a rolling stone». Se tropezó con una última y definitiva mala racha cuando estaba trabajando en una mina, la de Silver King, cerca de Salt Lake City. Y antes de partir de este mundo, mientras esperaba la muerte en su celda, Joel Emmanuel Hägglund, más conocido como Joe Hill, jugó así, como verán, o leerán, abajo, musical, gentilmente, con la rima, en su adoptivo idioma inglés −en el que supo componer tantas canciones a lo largo de sus treinta y seis años de vida duros y sonoros−, incluyendo, para lograr la consonancia, su «nombre de pluma» como firma. Dejó este poema a modo de despedida universal antes de marchar al paredón de fusilamiento para ser ejecutado por unos hijos de Utah, con excusas por la expresión, hace hoy día, domingo 19 de noviembre del 2015, cien años:
«My will is easy to decide
For there is nothing to divide.
My kin don't need to fuss and moan:
"Moss does not cling to rolling stone".
My body? Oh, if I could choose,
I would to ashes it reduce
And let the merry breezes blow
My dust to where some flowers grow.
Perhaps some fading flower then
Would come to life and bloom again.
This is my Last and final Will.
Good Luck to All of you,
Joe Hill»
«No se lamenten. Organícense.» Joe Hill (aKa Joel Emmanuel Hägglund, aka Joseph Hillström, Gävle, Suecia, 7 de octubre de 1879 – Utah, Estados Unidos, 19 de noviembre de 1915).
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