El barrio hervía pese a que ya era casi el anochecer. Me senté al filo de la vereda para hacerle el aguante a una perra y tomar el fresco. Es una perra que yo ya conozco porque me sigue siempre por la calle y le tengo que retar para que no suba detrás de mí si tomo un colectivo.
En compensación entonces curto con ella cuando la encuentro po r el camino. Es en extremo feroz pero, ignoro por qué, al parecer hace una excepción conmigo, o yo le caigo particularmente bien. Es muy ágil pero un tanto inescrupulosa. Por ejemplo, suele cazar palomas y se las come crudas. Sin embargo, creo haber observado que tiene buen gusto musical.
Estando así en el borde de la vereda oí al viejo. Su vos me llegaba, según creo, por encima de la muralla de su patio. En realidad eran dos, pero al otro no pude entenderle una coma. De modo que he tenido que editar o reformatear ese diálogo reduciéndolo a monólogo.
Es que, sea por lo que fuere, busqué mi celular para grabar lo que el viejo decía, y de ahí vine a desgrabar y pasar ese botín a Word. No sé si es un botín bueno, malo o regular; eso lo dirán mejor que yo quienes entiendan de esta clase de archivos, materiales, fuentes o documentos.
Advertencia: Tuve que borrar casi todo el archivo porque no se entendían varias partes donde el ruido de la calle tapaba la voz del viejo, y además tenía mucho yopará, que yo manejo de modo demasiado deficiente para aventurarme a trascribirlo. Al menos logré rescatar un pedazo, que copio aquí mismo más o menos, o sea, lo mejor posible:
«He vivido muchos años pero todo fue tan rápido que esto a veces me parece que es como otro país. Será que nuestro país se nos pierde a los viejos por la ruta, jajá, se nos queda detrás. Opá ité.
«Los jóvenes creen en la democracia. No han visto nada. Un albañil tomaba antes güisqui a mil’í guaracas la botella, igual que caña. La democracia trajo la miseria. Les gusta a los intelectuales hablar de democracia. Ojalá repartan su plata democráticamente con nosotros. Su plata no la van a democratizar ni en pedo los letraditos, jajá. Hablan y oikó porá, suena lindo, a cultura, y se plaguean contra los burros que no piensan lo que ellos dicen.
«Quiero oírlos discursear un día que hayan pensado llevar aunque sea puchero de cuarta a los suyos en casa y no puedan, cuando aprendan lo que duele no poder darles ni eso; a ver si entonces eran incorruptibles, a ver si luego seguían criticando a otros. Esos letraditos que saben tanto de todo no saben nada de nada. Nunca sabrán lo que es irse a la cama con hambre.
«Stroessner al menos a las cuatro de la mañana estaba en pie y sólo tenía una debilidad, las mujeres. Pero después las casaba, les ponía una mansión, las afinaba para ser señoronas del Cente y que ellas y sus hijos y nietos fueran lo mejor de la sociedad, y ay del que se recordara de que fueron sus amantes, de que las trajo llenas de piques y piojos de la campaña y de que recién a los veinte años se pusieron su primer par de zapatos. Era calentón pero pagaba bien por un servicio, jajá. Son los platudos de ahora; por eso son como son, un montón de hijos de puta.»