sábado, 21 de noviembre de 2009

MONÓLOGO ATRAPADO EN LA VEREDA

Esto es tipo un documento sociológico o algo por el estilo. Pasó lo siguiente: después de que se fueron N y O me duché y fui a comprar puchos.

El barrio hervía pese a que ya era casi el anochecer.
Montserrat Álvarez Poeta Me senté al filo de la vereda para hacerle el aguante a una perra y tomar el fresco. Es una perra que yo ya conozco porque me sigue siempre por la calle y le tengo que retar para que no suba detrás de mí si tomo un colectivo.

En comp
ensación entonces curto con ella cuando la encuentro po r el camino. Es en extremo feroz pero, ignoro por qué, al parecer hace una excepción conmigo, o yo le caigo particularmente bien. Es muy ágil pero un tanto inescrupulosa. Por ejemplo, suele cazar palomas y se las come crudas. Sin embargo, creo haber observado que tiene buen gusto musical.
Estando así en el borde de la vereda oí al viejo. Su vos me llegaba, según creo, por encima de la muralla de su patio. En realidad eran dos, pero al otro no pude entenderle una coma. De modo que he tenido que editar o reformatear ese diálogo reduciéndolo a monólogo.
Es que, sea por lo que fuere, busqué mi celular para grabar lo que el viejo decía, y de ahí vine a desgrabar y pasar ese botín a Word. No sé si es un botín bueno, malo o regular; eso lo dirán mejor que yo quienes entiendan de esta clase de archivos, materiales, fuentes o documentos.
Advertencia: Tuve que borrar casi todo el archivo porque no se entendían varias partes donde el ruido de la calle tapaba la voz del viejo, y además tenía mucho yopará, que yo manejo de modo demasiado deficiente para aventurarme a trascribirlo. Al menos logré rescatar un pedazo, que copio aquí mismo más o menos, o sea, lo mejor posible:
Montserrat Álvarez«He vivido muchos años pero todo fue tan rápido que esto a veces me parece que es como otro país. Será que nuestro país se nos pierde a los viejos por la ruta, jajá, se nos queda detrás. Opá ité.
«Los jóvenes creen en la democracia. No han visto nada. Un albañil tomaba antes güisqui a mil’í guaracas la botella, igual que caña. La democracia trajo la miseria. Les gusta a los intelectuales hablar de democracia. Ojalá repartan su plata democráticamente con nosotros. Su plata no la van a democratizar ni en pedo los letraditos, jajá. Hablan y oikó porá, suena lindo, a cultura, y se plaguean contra los burros que no piensan lo que ellos dicen.
«Quiero oírlos discursear un día que hayan pensado llevar aunque sea puchero de cuarta a los suyos en casa y no puedan, cuando aprendan lo que duele no poder darles ni eso; a ver si entonces eran incorruptibles, a ver si luego seguían criticando a otros. Esos letraditos que saben tanto de todo no saben nada de nada. Nunca sabrán lo que es irse a la cama con hambre.
Montserrat Álvarez
«Stroessner al menos a las cuatro de la mañana estaba en pie y sólo tenía una debilidad, las mujeres. Pero después las casaba, les ponía una mansión, las afinaba para ser señoronas del Cente y que ellas y sus hijos y nietos fueran lo mejor de la sociedad, y ay del que se recordara de que fueron sus amantes, de que las trajo llenas de piques y piojos de la campaña y de que recién a los veinte años se pusieron su primer par de zapatos. Era calentón pero pagaba bien por un servicio, jajá. Son los platudos de ahora; por eso son como son, un montón de hijos de puta.»
Bueno. He ahí el fragmento. No es mucho, pero no pude desgrabar nada del resto por las dos razones que arriba expliqué. ¿Qué opinan? Y, de paso, ¿a quiénes se refiere? =)

lunes, 16 de noviembre de 2009

INTUICIÓN, ANÁLISIS, ARTE: EL PORQUÉ DE PELAR PANZA

(Éste es otro pedazo en limpio de mi, ejem, filosofía.)
(Sí, mi filosofía, o sea, de Montse o Dama Satán, aunque parezca chocante porque yo no tenga barba ni la pinta de un señor erudito y venerable; me parece que ha habido gente tan freak como yo o incluso más freak todavía que yo en la Historia del Pensamiento de Occidente, si se fijan bien.)
Habrèis reparado en la costumbre de pelar panza en la vereda. Es muy de barrio. No de cualquier barrio: de barrio de gente dura, “guapa” e ingeniosa, que inventa trucos a diario para comer o se descuerea y vecinos “densos” que están en la pesada y delinquen. Desde que vivo en un barrio así, la he observado. Diré de paso que un barrio como éste ha sido un magnífico hallazgo para mí; como si la casualidad me hubiera, al fin, arrojado a mi hábitat natural. En cuantos sitios habité antes, me sentí una intrusa. Jamás estuve tan a gusto; tan, por ley darwiniana, me figuro, en mi propio elemento, como ahora.
Bien. Los “lecas”, señores de 50 o 60, suelen cultivar el hábito de pelar panza desparramándose, tereré en mano, en sillas de plástico ante sus casas, guaridas, huecos o baticuevas. ¿Por qué, en nombre de Belcebú?, me decía yo al pasar. No había forma de entenderlo por màs que lo pensara. Todas las hipótesis que concebía para responder a este enigma se iban por las ramas y terminaban lejos del problema planteado o eran sencillamente fabulosas y descabelladas. Pongo a Luzbel por testigo de que me concentré en resolver el caso con buena parte de mi capacidad de análisis. Mi cerebro ya empezaba a humear, y
nada. Pero me abstuve de preguntarles, sabiendo que ellos tampoco tenían la respuesta.
E
ntonces eso mismo que acabo de decir, o que me dije hace días al pasar ante un grupo de lecas pelando panza, chispeó luminoso en medio de mi frente. ¿No saben por qué hacen lo que hac
en? Claro que sí lo saben, ¡qué digo!, me objeté de inmediato con el presentimiento de la dicha de acertar con la clave. ¿Cómo no lo van a saber?¡No seas imbécil!, me increpé, propinándome un fuerte bofetón con la diestra y riendo de soberbio gozo por mi triunfo anticipado. Lo saben, ¡idiota!, pero no de la forma en que tú sueles saber lo que quizá a veces sabes: esto es, lo saben, pero no pueden decirlo. O lo dicen, pero como si no lo supieran, porque su saber es de una especie de saber que se ignora a sí mismo. Lo que buscas en vano conectando ideas, ellos lo dicen sin conceptos, y con el mensaje te indican el método, ¡bestia!, exclamé con orgullo. Estás a años luz de tu meta, yendo justo en dirección contraria, y cuanto más carburas, más te alejas.¿Cómo pretendes que unas proposiciones lógicas te aproximen a lo que por los lecas o cualesquiera criaturas humanas no está siendo formulado porque está siendo vivido? ¿ConoceMontserrat Álvarez Poetarás el olor del puchero que ha forjado esas panzas sin usar la nariz y valiéndote, en su lugar, de silogismos? ¿Hasta que abrumadoras simas de insensatez podrá precipitarte la necedad de tu inteligencia? ¡Jajajá!, bramé cual monstruo, volviendo con la mayor rapidez sobre mis pasos sin dudar un segundo. ¡Quieres pensar con la mente lo que piensan con la panza! ¡Craso error el tuyo!, reí como salvaje entrando velozmente en mi dpto. Saqué una silla y la puse ante mi puerta. Para no remedar ostensiblemente a los lecas, no se fuera a creer que me mofaba, con discreción y astucia me puse un short muy bajo, de los que se abotonan en la cadera, y un top muy alto, de los que dejan descubierta la cintura, a fin de que pelar panza pareciese fortuita y en absoluto ofensiva coincidencia. No quiero meterme en líos ni provocar a nadie. Asumí el semblante y la desparramada actitud de los objetos de mi investigación, y, en vez de analizar datos insuficientes, que tanto podían llevar mis conclusiones en una dirección como en la opuesta, dejé que la impresión de mi propio mensaje sin palabras ocupara mi subjetividad sin formularla, de momento, en conceptos ni en proposiciones.De tal modo alcancé por intuición lo que durante días se mostrara refractario e inexpugnable a los embates de mi abordaje analítico.Análisis e intuición se oponen en que la intuición brinda una visión sintética de lo que el análisis disgrega en sus componentes: si la intuición unifica, el análisis separa. La intuición abarca de un golpe de vista lo que examina el análisis con minuciosidad en cada detalle. Einstein valoraba considerablemente la intuición, aunque después de brindar directa y rápidamente la solución a un problema hay que analizar el proceso para demostrar lo hallado mediante razonamientos y ecuaciones. Pero ésa es una operación retrospectiva. Otro ejemplo es, en el caso de la filosofía, Descartes. Yo extendería esto a la experiencia del arte. Lo supe por azar, al hacer este breve experimento buscando el porqué del hábito de pelar panza ante el antro de uno.Lo que intuí no fue resultado de un razonamiento ni lo formulé como posible interpretación del pelar panza ajeno que debiera compararse con otras posibles interpretaciones para optar por la más adecuada. Apareció como parte de la vida y no de las ideas. Mi intuición me brindaba un saber inmediato, directo, no reflexivo, sobre cierta manera de ordenar la experiencia y estar en determinada posición dentro de ella.Yo soy un leca. Me he descuereado bajo el sol como albañil toda la vida. Mirá cómo estoy sudando. Trabajo mucho, carajo. Hay que luchar. Saco mi silla y la pongo en la vereda para gozar dMontserrat Álvarezel fresco: estoy ante el umbral del agujero que pago con mi esfuerzo. Me desparramo y pelo panza en la calle delante de mi morada porque cada ladrillo me cuesta esfuerzo, “guapura” y sacrificios diarios. Manifiesto que estoy en mi terreno y me pongo como en mi propia casa; marco mi territorio. Mi orgullo es que ni mendigo ni a mí nadie me regala nada. Esto es también mi bronca, al mismo tiempo. Estoy consciente de lo que soy; no me avergüenzo. A lo más, tengo algún eventual resentimiento. De carne somos, al fin y al cabo. Pero, en primer lugar, por esto me defino. Y este descanso me lo he ganado a pulso. Al marcar así mi territorio, todo lo que tengo consciencia de que soy es lo que pelando mi panza reivindico.Esto que describo retrospectivamente está verbalizado en un discurso analítico. Cuando me desparramé pelando panza en actitud de leca lo supe sin análisis verbal ni distinción entre la reivindicación, la territorialidad y demás contenidos de la subjetividad como conceptos y como expresiones no verbales (sino del cuerpo, los gestos, la panza, etcétera) y maneras de “estar” en la existencia. Esos contenidos, que el ulterior análisis explicita en la consciencia y separa de la vida, tenían la inmediatez y la tácita evidencia de aquello en lo que uno está involucrado.¿Pero donde entra el arte?, estaréis diciendo. Nada más claro. ¿Acaso si mi experiencia subjetiva consistiera meramente en conceptos y en análisis y conexiones lógicas para inferir respuestas en el campo del discurso explícito yo habría podido suspender el juicio de este modo? ¡No! Sería lo mismo que pedir a un reptil disecado que se exaltara al oír alguna música. Debéis saber que yo escribo poemas.Mirad un cuadro. Para ejemplificar este asunto, digamos. No es necesario que para verlo os desparraméis delante pelando panza en una silla de plástico; mi símil no es tan burdo y literal. Bien, cuando olvidéis el resto al captar lo que sea que captéis del cuadro, eso no estará restringido a él, ni tampoco su captación estará restringida a un discurso de vuestra consciencia, y cuando la vida y el cuadro compartan esa misma cualidad, la vida se entenderá mejor a causa del cuadro, y éste se entenderá mejor como parte de la vida. Pero en ese momento no haréis esta distinciónMontserrat Álvarez. No habrán palabras: habrá una experiencia.Y eso es lo que el objeto estético significa, y ésa es la manera en la que el objeto estético significa. Si tenéis que escribir una crítica del cuadro, el análisis será retrospectivo. Como lo es una demostración de Einstein respecto de su intuición, o, salvando la distancia, como lo es mi verbalización de lo dicho sin palabras por los lecas respecto de mi intuición sintética de los contenidos de su subjetividad, obtenida al disponer el cuerpo tal como ellos lo hacen.La intuición entiende de manera global e inmediata. Es lo usual en el arte, cuya experiencia se perdería si el primer acercamiento a una obra interpusiera entre ella y el espectador la práctica del análisis discursivo. Para tener la experiencia del arte hay que dejarse afectar por él. Sin dejarse afectar por el arte (un acto de arrojo, en cierta forma), la obra no comunica nada viviente, ni surge un eco inconsciente ante su sentido oculto. Queda inerte, sustrayéndonos su poder interno de significación, de modo que, aunque le podamos aplicar esquemas, y hasta “explicarla” y “clasificarla”, ya no seremos nunca capaces de entenderla.
IN-MORALEJA:
Éste es el atroz castigo que inflige el arte a la soberbia de la palabra engañosa y la tramposa razón. De Dios pueden decir los que tengan su experiencia que hace la misma cosa. Pero lo más terrible, en ocasiones, para algunos ilusos de nosotros, es que la vida inflige también ese castigo.