viernes, 11 de febrero de 2011

CABÍA OBJETAR LA MARCA...

Montserrat Álvarez
Cabía objetar la marca -Budweiser-, en todo caso (lo que, por cierto, no se privó de hacer del modo más directo el del aro en la oreja). Fuera de eso, la hospitalidad del anfitrión no merecía críticas, y a una hora adecuada, sin esfuerzo ni lapsos de sequía con "vaquita", todos los convocados (con un fin impreciso) a esa reunión del 11 de febrero del año 2010 habían alcanzado un grado aceptable de etilización. El del aro en la oreja, observó velozmente, era el más ingenioso; le divertía pescar sus comentarios entre el caos general de las diversas voces. Por lo demás, la reunión se le iba volviendo intolerable. Demasiada gente, demasiados ojos, demasiado ruido. Y, afuera, en la calle, la promesa del profundo alivio de la intemperie, de la libertad, el arduo júbilo de la soledad y de la noche. El impulso de marcharse de inmediato se le iba volviendo irresistible. Atacó sin pensárselo dos veces y sin saber por qué ni poder evitarlo a uno o dos de los allí presentes, con el más completo descaro e impertinencia. Tras lo cual, habiendo así obtenido en su interior la perfecta certeza de un repudio general y unánime en su contra, decidió que escaparse de ahí no sólo era ya fácil, sino que parecía lo único razonable. Por lo tanto, se puso de pie, para iniciar la huída. En ese instante, a su izquierda, el del aro en la oreja le habló de pronto, intempestivamente: "Vos seguro pensás que soy un bruto, ¿cierto?", oyó que le decía, con esas u otras palabras similares. Sintió un total desconcierto: ¿cómo pudo saber con tanta precisión, el del aro en la oreja, al que jamás había visto antes, lo que necesitaba escuchar en ese momento exacto? Para su estupefacción, había en ese lugar alguien que no despreciaba por absurda o por loca su opinión, sino que la valoraba e incluso a quien ofendía la posibilidad de que le fuera poco favorable. ¿Qué especie de extraña sintonía le hizo establecer, al del aro en la oreja, tan sutil e improbable conexión súbitamente ese 11 de febrero? Después de un año, aún se lo pregunta, aunque sin comentárselo al del aro en la oreja. Es un absoluto enigma; es un asombro invariable. Aquella noche, la idea de haber ofendido al del aro en la oreja le hizo negar de inmediato con vehemencia y con precipitada cortesía el desdén secreto que él le atribuyera. Le habría podido decir también que era al contrario, que entre todos los singulares bichos convocados ese 11 de febrero era él, el del aro en la oreja, quien le parecía destacarse por inspirarle un singular respeto de origen desconocido, oscuro, el que sin duda e instintivamente consideraba más raro e interesante, el que por algún motivo incomprensible sentía más cercano. Sí, todo eso podría haberle dicho y seguido diciendo desde entonces, y un año después, con invariable asombro, al del aro en la oreja.

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